Para lograr un buen ron es necesario mimar el proceso de destilación, fermentación y añejamiento, y por supuesto, que la materia prima sea de buena calidad. El destilado es básico, ya que contribuye a eliminar sustancias indeseables (alcoholes superiores y metanol) o que pueden dar mal sabor al producto, mientras que facilita la aparición de sustancias deseables, como los esteres.
Hemos analizado el contenido de azúcares. Al tratarse de una bebida destilada, el mínimo encontrado procede de la propia materia prima, la caña de azúcar. Aparte, la legislación determina un máximo de un 8% de azúcares añadidos, algo que casi todas las marcas de ron analizadas cumplen.
Casi todos los rones analizados cumplen con los requisitos de alcohol: una concentración mínima de 30%, para ron dulce, y 37,5%, para el seco. Y, en general no presentan restos de extracto seco reducido, es decir, aquellas partículas que no se volatilizan con la destilación y a las que se les ha quitado el azúcar.
A la hora de la degustación es donde se aprecia con claridad la calidad de un buen ron. Para establecer si un ron cuenta con un perfecto equilibrio, el catador se basa en los matices que detecta a través del color, olor y sabor. Un buen ron se identifica principalmente por su color limpio ámbar, su aroma intenso y persistente, y su sabor fuerte, meloso, ardiente pero equilibrado. Los rones peor valorados son demasiado ligeros para poder apreciar el aroma y el sabor típico de esta bebida, o por el contrario, demasiado duros y ardientes.
El etiquetado, confuso
La legislación vigente determina que, según el tiempo de envejecimiento, el ron se denomine blanco, dorado, añejo y viejo. Muchos fabricantes incluyen denominaciones en sus etiquetas que pueden confundir al consumidor, como "gran reserva", "extra añejo" o "añejo especial", o incluso una denominación propia, como "oro" o "solera". Pocos fabricantes indican los años de envejecimiento, dato fundamental para determinar el tipo de ron del que se trata.
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