Un producto tan sublime como el coñac, no podía por menos, que generar todo un cuerpo de mitos y leyendas, que le acompañan como ingrediente cultural imprescindible. Unp de estos mitos es el de los coñacs centenarios. Existir, existen, pero su envejecimiento en barrica no debe superar los setenta años, salvo que se quiera conseguir una muy aromática bebida, de soberbio bouquet, pero sin vida.Estos coñacs se utilizan para conseguir una mezcla de altísima calidad, que aporte la sabiduría de la vejez, ayudando al mismo tiempo a rebajar el grado de otros coñacs más ardientes. Los coñacs centenarios aún listos para su consumo directo han permanecido envasados en cristal, bien en garrafones, bien en botellas, hasta su comercialización. Y ya se sabe que los aguardientes sólo envejecen en madera, permaneciendo inalterados por los siglos de los siglos en el cristal, donde a lo sumo pueden estropearse si no están herméticamente cerrados.
Y como más popular y genuina expresión del mito del envejecimiento, está el famoso coñac Napoleón, de la afamada marca Curvoisier, que de auténtico Napoleón, es decir, del brandy que tomaba el Emperador, no tiene nada. En primer lugar, porque no hay constancia de que Bonaparte consumiera coñac, y en segundo lugar, y esto si que es definitivo, porque la casa Curvoisier fue fundada en 1835, y para entonces Napoleón llevaba catorce años muerto en su amargo e3xilio de Santa Elena. En realidad, el mito fue producto de la sagacidad comercial de unos ingleses, los hermanos Guy y Georges Simon, que adquirieron la empresa en 1910, ocurriendoseles poner en la etiqueta del prestigioso coñac la silueta del emperador. El éxito fue tal, que hoy el calificativo de Napoleón ha quedado definitivamente unido al coñac.
Otro mito, éste convenientemente promocionado por los propios franceses, es el de su gran visión comercial, que ha convertido al coñac en el aguardiente más prestigioso del mundo. Lo cierto es que los principales elaboradores no fueron precisamente franceses. El primer Martell, procedía de Jersey y se estableció en coñac en 1715, convirtiendose pronto en el principal exportador de la región. Hennessy procedía de Cork, en el sur de Irlanda, y tuvo la fortuna de instalarse en Francia el año 1765. El y sus descendientes fueron los primeros en exportar coñac en botellas en vez de barriles, como era lo habitual. Como puede verse han sido los ingleses, como ocurriera con el Oporto y el Jerez, los que han convertido el coñac en un producto de fama mundial, vendido en todo el mundo.
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