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jueves, 25 de octubre de 2007
El Whisky
El antecesor del whisky o aqua vitae de cebada, fue ya conocido por egipcios y romanos. Sería el cristianismo, quien se encargaría de llevar el arte de destilar de cereales para obtener aguardiente a las frías tierras de Irlanda y Escocia. El mismo nombre procede del gaélico Uisge Beatha, que significa agua de vida; es decir la forma popular de designar la bebida de los celtas, y que los frailes introductores llamaban en latín aqua vitae.
La palabra gaélica se fue abreviando con el uso, hasta derivar primero en usqua, luego en usky, y finalmente whisky. Es de suponer que paralelamente, la destilación iría pasando de las cultas manos religiosas a las más rudas campesinas, derivando lo que inicialmente fue un elixir de reyes, en la bebida popular de Irlanda y Escocia que hoy ha invadido el mundo.
La primera referencia escrita del whisky, se remonta al año 1495, en tiempos del rey Jacobo IV. En el registro del Tesoro escocés figura una inscripción de 8 bolls de malta de Fray Juan Cor para destilar. Pero ya por el 1505 se había popularizado en Edimburgo la elaboración casera del whisky, con ciertos rasgos sanitarios e indudables abusos económicos, por lo que tuvo que ser reglamentada, poniendo su fabricación bajo el control del Real Colegio de Cirujanos de la ciudad, lo que testimonia el carácter terapéutico y galeno de aquellos primeros aguardientes con los que el pueblo trataba de curarse sobre todo el alma. La popularización del destilado de cereales tuvo también un acicate, posiblemente el más tacaño para los escoceses, en el aprovechamiento del grano, que por fermentación espontánea, no era apto para el consumo, lo que en las tierras altas y húmedas de Escocia era bastante corriente.
Sea como fuere, y sin tratar de desentrañar enigmas históricos que han hecho correr ríos del mejor whisky en apasionadas discusiones, lo cierto es que los escoceses consiguieron pronto que su espeso, bravo y tonificante aguardiente de cebada y otros cereales, adquiriera justa fama en toda Gran Bretaña. Esos mismos hombres que, provistos de un pequeño alambique, se han dedicado desde siempre a destilar clandestinamente su whisky como forma eficaz de evadir impuestos, aunque en contrapartida, la toxicidad de su brevaje fuera en ocasiones alta. Aguantar un trago de whisky escocés clandestino es una prueba de virilidad similar a la que se sometían los leoneses y castellanos con su orujo, el monumental dolor de cabeza con el que eran compensados los que superaban la proeza, resultaba una bendición del cielo, comparado con las lesiones producidas en los más débiles.
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