El nacimiento de los aguardientes anisados es producto, como tantas cosas, de un singular maridaje entre dos productos con resonancias míticas, cuyos efectos terapéuticos y su dulce complementaidad parecen diseñados para provocar el acoplamiento: el anis o la badiana, y el aqua vitae.
Quedémonos tan solo con la idea de que el espíritu del vino o alcohol obtenido por destilación del mosto fermentado de la uva, se obtenía exclusivamente para la fabricación de perfumes, elixires, y otras labores farmacológicas y terapeúticas.
El anís por su parte, bien bajo la forma de “pimpinella anisum”, bien bajo la de “badiana” o anís estrellado procedente de China, ha gozado desde los tiempos más remotos de fama como poderoso remedio contra las más diversas dolencias.
Egipcios, griegos y romanos consideraron el anís como un remedio eficaz contra las afecciones gastrointestinales, tal como reiteradamente señala Hipócrates, padre de la medicina.Para el genial matemático,geómetra y supersticioso Pitágoras, unos granos de anís hacían más fácil el parto. Y el inefable Plinio tenía a ésta preciada especia por un antídoto infalible contra los achaques de la vejez, lo mismo que un poderoso somnífero y un laxante activo.
Esta valoración terapéutica del anís ha permanecido a lo largo del tiempo. Así, Celso lo considera una buena panacea contra envenanamientos, dolores de útero y afecciones de riñón; Galeano, más conspicuo, sentenció: “anisi semen maxime utile est”, lo que evidentemente no comprometía a mucho.
Edad Media, renacimiento y comienzos de la época moderna conocen una profusa utilización del anís en farmacopea, siendo su cultivo obligatorio por los beneficios para la salud pública que de él se derivan, tal como señala el famoso edicto “Capitullare de Villis, de la época del emperador Carlomagno.En aquellos gloriosos días se tenía por confirmada la creencia de que el anís era útil “por fare avoir à feme lait y as home esperme”. ¿Se puede pedir más?.
En estas condiciones el maridaje de anís y alcohol no podía tardar en producirse. De hecho, desde la época de loas romanos se conocía un sabroso antecedente de los anisados, el “Vinus absinthatus”, un poderoso aperitivo que tiene hoy su descendiente más preclaro en el vermut.
Pero retomemos el hilo de la historia. ¿Cuándo se produjo la adición de anís al destilado de vino, configurando así el primer anisado o aguardiente de anís?.
La respuesta, como en todo lo relac ionado con los placeres humanos es varia. Hay quién sitúa tal evento en Aquitania y Provenza, donde éste tipo de bebida ha tenido desde siempre gran predicamento. Así lo afirman al menos los insignes tratadistas Mino Caudana y Guglielmo Lautien en su obra “Dall¨Assenzio alla Sambuca.
Otros, en tiempos de Abderramán III, gran aficionado a los alambiques, y propagandista convencido de las virtudes del anís. Lo cierto es que, según las cuentas del generoso Gonzalo Fernández de Córdoba, las huestes del Gran Cápitan se bebían nada menos que 50000 ducados de aguardiente aromatizado con anís los días de combate en los amplios dominios del emperador.
Pero lo que si se sabe con certeza es que fue un holandés, Erven Lucas Bols, fundador de la primera industria licorera del mundo que mereciera tal nombre, quien en 1575 elaboró comercialmente aguardiente de carum, carvi o comino. No olvidemos, por otra parte, que el anís estrellado o badiana era un comercio casi exclusivo de los intrépidos navegantes de los Países Bajos, grandes maestros también en el arte de destilar vino.
Y serían probablemente los mismos holandeses quienes, en sus periódicas visitas comerciales a los puertos franceses, extendieran el gusto por éste tipo de aguardiente, cuya fórmula se recoge por primera vez en un Diccionario de Medicina, obra de un médico inglés de apellido Jammes, y que fué traducido al francés por el enciclopedista Diderot en 1742.
Fórmula común de una bebida ya extendida por toda Europa, y que consiste esencialmente en destilar un caldo formado por 30 pintas de vino de Asalón, 5 onzas de semillas de anís, y endulzado con 10 pintas de la más sabrosa miel.
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