Un espresso es una taza pequeña de unos 40 ml de café de sabor fuerte y generoso, dulce y aterciopelado, con un perfume embriagador que recuerda los frutos, las almendras el cacao y las flores como el jazmín. También tiene un toque amargo acompañado de una agradable acidez que refuerza el aroma. Su espuma es densa, de color avellana, y refuerza la untosidad del café. Su textura y cuerpo ofrecen una consistencia en boca sabrosa.
Los cafés difieren entre ellos debido a múltiples factores: genéticos, climatológicos, de altitud de suelos, de sistemas de cultivo y de elaboración después de la cosecha.
El arábica se cultiva generalmente en tierras altas, en forma de arbustos o de matorrales que producen granos (cerezas) ligeramente alargados, con baja cafeína. Revela una personalidad aromática, con abundantes notas afrutadas o florales y más acidez que amargor.
El robusta crece en las tierras llanas y sus grandes plantas ofrecen muy a menudo pequeños granos redondos más ricos en cafeína. Se caracteriza por unos rasgos intensos, un aroma con notas de madera y de cereales, bastante más amargo que ácido.
El café solo puede cultivarse en las regiones tropicales ya que necesita mucho calor y teme los grandes fríos.
Los mejores cafés arábicas se producen en los alrededores de Ecuador, entre unos 1000 y 2000 metros de altitud donde la luminosidad y las noches relativamente frías retrasan la maduración.
Estas condiciones tan particulares favorecen que los granos crezcan duros y aromáticos (más normalmente llamados “hard beans”).
En cambio los robusta, más rústicos, aprecian las tierras bajas, calientes y húmedas, de 100 a 800 metros.